Això és voler al Futbol:
"Andoni Zubizarreta no pudo evitar que ayer, al entrar en el hotel Pentelikon, le asaltaran los recuerdos. Fue en él donde pasó su última noche como futbolista del Barcelona después de encajar cuatro goles y perder la final de la Copa de Europa de 1994 ante el Milan. Una noche que empezó con el desprecio público de Johan Cruyff hacia el Milan -"ellos fichan a Desailly y nosotros a Romario", dijo a la prensa; "da igual cómo juguéis; sois mejores y vais a ganar", anunció el profeta a sus jugadores- y terminó muy mal: 4-0. Una noche que para Zubi fue especialmente larga porque el vicepresidente, Joan Gaspart, le comunicó al día siguiente que, atendiendo al deseo de Cruyff, el club no le renovaría el contrato. Aquella noche, en Atenas, empezó el desguace del dream team y el guardameta internacional, el número 1, fue el primero en caer. Puede que no fuese casualidad que desde aquel 19 de mayo, el día después de perder contra el Milan, el entonces portero y hoy director deportivo del Barça no hubiera puesto los pies en Atenas. "Vengo a cerrar el círculo", bromeaba ayer.
Nadie de aquel grupo ha olvidado la imagen: Cruyff paseaba por el enorme vestuario del viejo estadio Olímpico con las manos dentro de aquella gabardina beis que parecía darle suerte, un mudo entre mudos. Solo los tacos de las botas sobre el suelo rompían un silencio que hablaba de la humillante derrota sufrida apenas unos minutos antes. Un silencio que, según recuerdan los presentes, rompió Zubizarreta, que no era el capitán -el entrenador designó de forma unilateral a José María Bakero como sustituto de José Ramon Alexanco cuando el cargo le correspondía al portero-, pero ni falta que le hacía para tomar la palabra. Como tantas veces, Zubi dio un paso adelante y, tratando de levantar a aquellos jugadores desconsolados, roto como estaba, sacó fuerzas de donde no le quedaban. "Sí, sé que dije algo, pero no recuerdo exactamente qué", comenta ahora. "Nos recordó que éramos campeones de Liga, que el año que viene podíamos volver a intentarlo, que tendríamos otra oportunidad...", relata un testigo de aquel mal rato. Lo que no sabían todavía, ni Zubi ni nadie, es que Cruyff ya le había sentenciado, que era su última noche en el Barça.
Zubizarreta madrugó el jueves 19 de mayo. De hecho, durmió muy poco, casi nada. Así que, cuando se despertaron los niños, bajaron a desayunar a un salón desierto. Ane, su esposa, decidió que lo mejor era pasar la mañana en la piscina y nadie lo puso en duda. Markel y Luken no tenían bañadores, de manera que se acercaron a una de las tiendas del hotel para comprarlo. Justo entonces, Zubi, con esa mirada periférica tan propia de un portero, vio entrar al presidente, Josep Lluís Núñez; a Gaspart, a Cruyff y al segundo entrenador, Charly Rexach, en una sala. "Ane, en esa reunión se decide nuestro futuro", le advirtió a su mujer.
Esa misma mañana, en el bar, Zubizarreta se cruzó con Gaspart. "¿Tienes algo que decirme?", le preguntó. "No, ¿por qué?", le contestó, tenso, el directivo. Cuando volvió a la piscina, Zubi avisó a su esposa: "Ane, todavía no lo sé seguro, pero no me van a renovar. Me temo que nos vamos de Barcelona". Horas después, subiendo al autocar, camino del aeropuerto, insistió: "Joan, ¿seguro que no tienes nada que decirme?". Ángel Mur, sentado como siempre en la tercera fila del autocar, sabedor de muchas historias que los jugadores solo cuentan en la camilla del fisioterapeuta, fue testigo de la conversación. "No te vamos a renovar. Cruyff no te garantiza el sitio y...". Discreto, siempre, Mur se mordió la lengua para no decirle a Gaspart que sin Zubizarreta el dream team ya no tenía ningún sentido. Zubi solo le dijo una cosa, suficiente para saber su opinión: "Nunca, en ocho años, nadie me ha garantizado el puesto. Me lo he ganado yo mismo".
Aquella mañana, en Atenas, Zubizarreta dejó de ser jugador del Barcelona. Días después, en un restaurante de la calle Aribau, se despidió del equipo. Le regaló unos guantes a Mur -"después de ocho años, el final siempre llega demasiado pronto", escribió en ellos- y superó el trago de consolar a su compañero Pep Guardiola, al que había descubierto llorando en una esquina.
La vida ha querido que ambos vuelvan juntos a Atenas: Guardiola, como entrenador, y Zubizarreta, como director deportivo. Puede que no sea una final, pero hoy también se juegan un trozo de la Champions."
Nadie de aquel grupo ha olvidado la imagen: Cruyff paseaba por el enorme vestuario del viejo estadio Olímpico con las manos dentro de aquella gabardina beis que parecía darle suerte, un mudo entre mudos. Solo los tacos de las botas sobre el suelo rompían un silencio que hablaba de la humillante derrota sufrida apenas unos minutos antes. Un silencio que, según recuerdan los presentes, rompió Zubizarreta, que no era el capitán -el entrenador designó de forma unilateral a José María Bakero como sustituto de José Ramon Alexanco cuando el cargo le correspondía al portero-, pero ni falta que le hacía para tomar la palabra. Como tantas veces, Zubi dio un paso adelante y, tratando de levantar a aquellos jugadores desconsolados, roto como estaba, sacó fuerzas de donde no le quedaban. "Sí, sé que dije algo, pero no recuerdo exactamente qué", comenta ahora. "Nos recordó que éramos campeones de Liga, que el año que viene podíamos volver a intentarlo, que tendríamos otra oportunidad...", relata un testigo de aquel mal rato. Lo que no sabían todavía, ni Zubi ni nadie, es que Cruyff ya le había sentenciado, que era su última noche en el Barça.
Zubizarreta madrugó el jueves 19 de mayo. De hecho, durmió muy poco, casi nada. Así que, cuando se despertaron los niños, bajaron a desayunar a un salón desierto. Ane, su esposa, decidió que lo mejor era pasar la mañana en la piscina y nadie lo puso en duda. Markel y Luken no tenían bañadores, de manera que se acercaron a una de las tiendas del hotel para comprarlo. Justo entonces, Zubi, con esa mirada periférica tan propia de un portero, vio entrar al presidente, Josep Lluís Núñez; a Gaspart, a Cruyff y al segundo entrenador, Charly Rexach, en una sala. "Ane, en esa reunión se decide nuestro futuro", le advirtió a su mujer.
Esa misma mañana, en el bar, Zubizarreta se cruzó con Gaspart. "¿Tienes algo que decirme?", le preguntó. "No, ¿por qué?", le contestó, tenso, el directivo. Cuando volvió a la piscina, Zubi avisó a su esposa: "Ane, todavía no lo sé seguro, pero no me van a renovar. Me temo que nos vamos de Barcelona". Horas después, subiendo al autocar, camino del aeropuerto, insistió: "Joan, ¿seguro que no tienes nada que decirme?". Ángel Mur, sentado como siempre en la tercera fila del autocar, sabedor de muchas historias que los jugadores solo cuentan en la camilla del fisioterapeuta, fue testigo de la conversación. "No te vamos a renovar. Cruyff no te garantiza el sitio y...". Discreto, siempre, Mur se mordió la lengua para no decirle a Gaspart que sin Zubizarreta el dream team ya no tenía ningún sentido. Zubi solo le dijo una cosa, suficiente para saber su opinión: "Nunca, en ocho años, nadie me ha garantizado el puesto. Me lo he ganado yo mismo".
Aquella mañana, en Atenas, Zubizarreta dejó de ser jugador del Barcelona. Días después, en un restaurante de la calle Aribau, se despidió del equipo. Le regaló unos guantes a Mur -"después de ocho años, el final siempre llega demasiado pronto", escribió en ellos- y superó el trago de consolar a su compañero Pep Guardiola, al que había descubierto llorando en una esquina.
La vida ha querido que ambos vuelvan juntos a Atenas: Guardiola, como entrenador, y Zubizarreta, como director deportivo. Puede que no sea una final, pero hoy también se juegan un trozo de la Champions."
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